VINCULACIÓN Y PERTENENCIA: UNA MIRADA SOBRE LOS CONFLICTOS
“Detrás de los grandes conflictos actúa la convicción de tener razón. Dicho de otra manera: detrás de los grandes conflictos actúa la conciencia tranquila, la buena conciencia” “Toda paz se alcanza mediante una renuncia” (Bert Hellinger, 2006)
INTRODUCCIÓN
Los conflictos forman parte de las relaciones. Tanto en el nivel de lo personal y familiar como de lo colectivo. Los grandes conflictos tienen una dimensión política que va más allá del alcance de este artículo, centrado en los aspectos psicológicos y relacionales. Sin embargo, en cierto modo los grandes conflictos son causa y consecuencia de muchos conflictos individuales.
Este tema, dada su complejidad, se puede mirar desde muchos ángulos y todos ellos serán, necesariamente, miradas limitadas. La mía, por tanto, también lo es. No obstante, espero que aporte ideas para la reflexión.
Antes de entrar directamente a hablar de los conflictos, introduciré algunos conceptos previos, necesarios para comprender cómo se originan.
VINCULACIÓN, PERTENENCIA Y ORDEN
Todos nacemos dentro de una familia. Con esta familia establecemos fuertes vínculos de lealtad.La vinculación es tan imprescindible para la supervivencia de un niño, que pasa por encima de cualquier otra necesidad. Los niños hacen todo lo necesario para mantener ese vínculo, de una manera ciega, incluso si va en contra de su propio bienestar. El niño se integra en su sistema familiar sin cuestionarlo. También la identidad se construye a través de ese vínculo y nos permite tener un sentimiento de pertenencia, de formar parte. Primero se da con la familia y, más tarde, con otros grupos significativos (amigos, escuela, trabajo, club deportivo, grupos religiosos o políticos, etc.).
La familia es como un organismo en sí mismo, de manera que el todo es más grande que la suma de las partes. Tiene unas dinámicas de relación propias que están enfocadas a la supervivencia de todo el grupo por encima de la supervivencia individual. Esto también sucede en los otros grupos de pertenencia.
También en las relaciones existe un orden o jerarquía, que tiene que ver con el orden de llegada al sistema. Por ejemplo entre padres e hijos, los padres son anteriores y tienen prioridad en el sistema. Cuando ese orden se respeta se mantiene el equilibrio y, cuando se altera el orden, surge el conflicto y el malestar. Cuando los hijos asumen responsabilidades que corresponden a los padres o cuando un hermano pequeño ocupa el lugar de un hermano mayor, empiezan a aparecer problemas en el sistema familiar (incluso aunque lo hagan con la mejor de las intenciones).
REGLAS FAMILIAES Y CONCIENCIA
Todos los grupos tienen unas reglas. Las primeras reglas que interiorizamos son las de nuestra familia. Esas reglas son las que regulan las relaciones y su cumplimiento nos garantiza la pertenencia al grupo. Algunas de esas reglas son explícitas y otras implícitas (nunca se han nombrado pero todos los miembros del grupo saben cuáles son).Tenemos la conciencia tranquila si nos comportamos de manera que podamos estar seguros de tener derecho a formar parte del grupo y tenemos mala conciencia cuando nos hemos desviado de las reglas del grupo. La culpa es el miedo a sufrir una expulsión y se vive como lejanía, mientras que la inocencia se vive como cobijo y cercanía. La conciencia inicialmente sirve para unirnos a nuestra familia. Nos ayuda a percibir con exactitud qué debemos hacer para pertenecer y que debemos evitar para no perder nuestra pertenencia a la familia. Por ejemplo, si desvelamos un secreto familiar cuando la regla es que debe permanecer oculto o nos comportamos de una forma que no concuerda con las normas de la familia, tenemos ese sentimiento de culpa.
Las reglas son distintas en cada sistema y todo el que forma parte del grupo las conoce. Si una persona reconoce dichas reglas y se atiene a ellas, es considerada intachable. Sin embargo, el que las infringe es tachado de culpable aun cuando no cause daño a nadie. De una forma u otra se le castiga, pudiendo llegar a ser excluido (Gunthard Weber, 1999). Por ejemplo, personas que son apartadas de la familia porque tienen unas ideas políticas, religiosas o una orientación sexual que son vividas como “malas” dentro del sistema.
Cada persona se encuentra en relaciones diferentes y forma parte de varios grupos cuyos intereses pueden contradecirse. Cada uno de esos grupos puede tener una conciencia diferente. De manera que una persona puede tener buena conciencia respecto a un grupo y mala respecto a otro, entrando muchas veces en conflictos de lealtades cuando esos grupos son incompatibles o están enfrentados. Los sentimientos de culpa o inocencia no tienen nada que ver con bueno o malo sino con aquello que en el grupo se considere como un valor.
“Donde la conciencia vincula, también pone límites, incluyendo y excluyendo. Muchas veces, si queremos permanecer en un grupo, tenemos que negarle o retirarle a la persona que es distinta, la pertenencia para reivindicarnos nosotros. (…) Todos los actos graves que cometemos con otros se realizan con la conciencia tranquila en relación al propio grupo. La conciencia, al sensibilizarnos para el propio grupo al que pertenecemos, nos hace ciegos para otros grupos. Cuanto más nos vincula con ese grupo, tanto más nos separa de los otros grupos” (Gunthard Weber, 1999).
EQUILIBRIO EN LAS RELACIONES
Al mismo tiempo las relaciones necesitan equilibrio entre dar y recibir. Cuando sentimos que damos y recibimos de una manera proporcional, la relación fluye. Cuando damos más de lo que recibimos o al revés, la relación se descompensa. Para que una relación funcione tiene que haber ese equilibrio.
El equilibrio funciona de la siguiente manera. Cuando alguien nos da algo nos ponemos contentos y, a la vez, nosotros mismos queremos darle algo. Si queremos a alguien le damos un poco más de lo que él/ella nos da. De esa manera, también esa persona desea darnos algo. Y, como también nos quiere, nos devuelve un poco más. De esa manera se incrementa el intercambio entre personas que se aman. Si no hay equilibrio y uno da mucho y otro poco, la relación sufre el riesgo de romperse. Es probable que el que da mucho se sienta explotado o el que da poco sienta que la deuda es tan grande que se vuelve insostenible.
La dinámica es la misma cuando alguien nos daña. Entonces también queremos hacerle daño para compensar. Si le devolvemos el daño que nos hizo pero un poco más, nos vengamos. Y si el otro se siente entonces dañado y nos daña más, se entra en una escalada de venganzas. Para restablecer el equilibrio hay que encontrar una forma de saldar esa cuenta que sea justa para las dos partes. Es decir, que ninguna persona quede por encima de la otra.
LOS CONFLICTOS
Los conflictos forman parte de la vida de las personas. Muchos de ellos son conflictos cotidianos que pueden generar crecimiento y nos llevan a la superación de nuestras limitaciones. Otros conflictos son mucho más grandes, sobre todo cuando un grupo desea aniquilar a otro. “Normalmente imaginamos este tipo de conflictos lejos de nosotros. Sin embargo, cuando una persona nos agrede o hace daño, con frecuencia le deseamos lo peor desde lo más profundo del corazón. De esta manera, se da el mismo tipo de dinámica que en los grandes conflictos” (Hellinger, 2006).
Lo que hay detrás de los grandes conflictos es la necesidad del ser humano de sobrevivir. Cuando nuestra vida se ve amenazada reaccionamos huyendo o atacando. Es decir, evitamos que el otro nos aniquile o tratamos de aniquilarle nosotros. El conflicto asegura la supervivencia y también la amenaza. La emoción que se esconde debajo de estas dinámicas es el miedo, que semueve de la misma manera en el nivel individual que en el colectivo (una familia que tiene miedo a perder su identidad al emparejarse algún miembro con otra persona de cultura o costumbres muy diferentes, una empresa que es absorbida por otra, un pueblo que teme ser anulado por otro, etc.). La vivencia muchas veces es de rabia, odio, tensión y frustración.
Por ese motivo, en lo grupal, desde la antigüedad se han establecido acuerdos, leyes y fronteras, para mantener los conflictos dentro de unos límites. De esta manera, el deseo de aniquilar queda desplazado a otros niveles (al campo de la política, a disputas ideológicas, científicas, etc). “En lugar de encarar una búsqueda conjunta hacia la mejor solución y a una observación y un examen conjuntos basados en el tema a tratar, los representantes del otro partido, grupo o tendencia son difamados a nivel personal, muchas veces con calumnias e injurias. Las agresiones que se abren paso aquí se diferencian poco del deseo de aniquilación físico” (Hellinger, 2006).
Otro de los asuntos que hay detrás de los conflictos es la búsqueda de compensar el dar y el tomar, la necesidad de equilibrar ganancias y pérdidas. Es decir, la necesidad de obtener justicia. Sólo nos tranquilizamos una vez lograda la compensación. Y eso, como he explicado antes, no se puede lograr cuando se entra en una escalada de venganzas.
De la misma manera que entre personas se da el deseo de compensación, también sucede lo mismo entre grupos. Por ejemplo, en la familia. “En todas las tragedias hemos observado la misma dinámica: hay un miembro nacido después que otros que se arroga el derecho de hacer algo por miembros que nacieron antes que él. Por ejemplo, cuando un miembro que nació después que otros decide vengar a los que nacieron antes” (Bert Hellinger, 2006). Esto lo podemos ver, por ejemplo, en las familias históricamente enfrentadas entre sí. Cuando un miembro de una de estas familias se niega a perpetuar el conflicto es vivido como un traidor y muchas veces expulsado del sistema.
Entre grupos más grandes como grupos étnicos o países, la dinámica de fondo es la misma: el deseo de sobrevivir como grupo, a veces a nivel físico y otras a nivel emocional. Muchas veces los conflictos vienen de muy atrás y, a un nivel muy inconsciente, se mueve el deseo de hacer justicia, de vengar a los que vivieron antes en ese grupo (étnico, religioso, país, etc.) respecto de otros grupos por los que se sintieron dañados o humillados.
LA SOLUCIÓN
La salud en las personas implica integración. En un nivel individual, estamos en conflicto interno cuando una parte de nosotros quiere una cosa y otra lo opuesto (por ejemplo, cuando nuestro corazón quiere una cosa y nuestra cabeza otra). Muchas veces el impulso de esas dos partes es que una quiere acabar con la otra (la parte racional quiere acabar con las emociones y/o al revés). Sin embargo, el conflicto sólo se resuelve cuando damos voz a ambas y las reconocemos. Ahí podemos integrar esas dos partes en algo más grande dentro de nosotros.
Cuando una pareja discute porque cada uno piensa que su familia de origen es mejor que la del otro, la solución se logra cuando cada uno reconoce a la familia del otro en su diferencia y reconoce que tiene derecho a ser respetada igual que la propia.
Cuando tenemos una grave discusión con alguien que lleva incluso a la ruptura, por ejemplo en un divorcio, la solución es que cada uno reconozca su parte de responsabilidad en el conflicto. De esta manera no hay inocentes, ni buenos, ni malos. Eso significa salir de nuestra buena conciencia y mirar desde un marco más amplio. Cuando una de las dos partes o las dos se empeña en ser inocente, entonces coloca toda la culpa en la otra persona y el conflicto se va enquistando.
Para poder asumir nuestra responsabilidad, a veces es necesario que nos hagamos conscientes de nuestras implicaciones sistémicas: del deseo de vengar o resolver el destino de alguien anterior a nosotros o, por el contrario, de expiar la culpa donde hubo perpetradores. Aquí muchas veces estaríamos hablando de traumas familiares o traumas colectivos (ej. genocidios, guerras, etc.). Probablemente esto sea de lo más difícil de realizar: dejar a nuestros antepasados con su historia y sus circunstancias, con respeto, y vivir nuestra propia vida. Muchas veces ni siquiera somos conscientes de este tipo de implicaciones. Y, en el caso de serlo, para lograrlo tenemos que gestionar la vivencia de deslealtad y mala conciencia, sobre todo cuando tuvieron destinos difíciles o injustos.
La paz se logra cuando podemos mirar a la otra persona de igual a igual, con respeto y sintiendo que es digna de ser escuchada y tenida en cuenta. Asumiendo que quizá nosotros no tenemos tanta razón y los otros no están tan equivocados. Arriesgándonos a modificar nuestra manera de ver la realidad. En los grandes conflictos la solución es la misma: cada grupo ha de poder mirar al otro, reconocerlo con respeto y reconocer su diferencia. A la vez, cada grupo ha de reconocer su parte de responsabilidad en el conflicto y renunciar a la venganza.
REFERENCIAS
HELLINGER, B. (2006): Después del conflicto, la paz. Buenos Aires. Alma Lepik.
WEBER, G. (1999): Felicidad dual. Barcelona. Ed. Herder.